Lo bello está siempre enfrente, en todas partes, a todas horas. Se extiende sobre los cuerpos, el ocio y las pantallas hasta saturar nuestro campo de visión. Lo buscamos con avidez y lo encontramos como una segunda piel que define nuestra forma relacionarnos con lo real. Somos indulgentes con la belleza. Cuando algo es bello o está estetizado, somos proclives a perdonar sus faltas.

 

 

Si ante lo que está estetizado, y el capitalismo es una máquina perfecta de estetización, miramos desinteresadamente dejamos de ver en las cosas su condición de producto, su origen, su ideología y la violencia que se ejerce en torno a ellas. Contra el exceso cegador de un mundo completamente estetizado, Pablo Caldera reivindica una mirada que atienda a sus sombras, sus vacíos y sus lapsus. Una mirada antiestética que vaya más allá del placer desinteresado de la contemplación que, como ya apuntó Nietzsche, solo conduce a la crueldad.

El fracaso de lo bello

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Lo bello está siempre enfrente, en todas partes, a todas horas. Se extiende sobre los cuerpos, el ocio y las pantallas hasta saturar nuestro campo de visión. Lo buscamos con avidez y lo encontramos como una segunda piel que define nuestra forma relacionarnos con lo real. Somos indulgentes con la belleza. Cuando algo es bello o está estetizado, somos proclives a perdonar sus faltas.

 

 

Si ante lo que está estetizado, y el capitalismo es una máquina perfecta de estetización, miramos desinteresadamente dejamos de ver en las cosas su condición de producto, su origen, su ideología y la violencia que se ejerce en torno a ellas. Contra el exceso cegador de un mundo completamente estetizado, Pablo Caldera reivindica una mirada que atienda a sus sombras, sus vacíos y sus lapsus. Una mirada antiestética que vaya más allá del placer desinteresado de la contemplación que, como ya apuntó Nietzsche, solo conduce a la crueldad.